lunes, 18 de febrero de 2008
Talaigua: Pan y...
Ir a Talaigua, un pueblo de no más de 3.000 habitantes situado a la orilla del río Magdalena, tarda apenas 20 minutos desde Mompós. Talaigua es un pueblo pobre. Pobre como muchos que uno comienza a cruzarse a lo largo de carreteras y carreteables de un Caribe que parece, qué duda cabe, mucho más próspero a medida que se alcanza la costa marina.
De escasez si que sabe la familia de Jorge Iván Correa, un sincelejano que lleva más de 20 años recorriendo pueblos, caseríos y barrios populares de las ciudades del Caribe cargando con un circo a cuestas. La carpa se alza sobre un lote baldío en donde dos perros pequeños pelean por una bolsa de basura y un burro pace bajo un árbol que no da sombra. El burro, lo sabremos después, baila champeta en los números nocturnos, en el circo Mundy. El circo en realidad es una carpa que ha soportado el calor y la lluvia y que ha albergado a dos generaciones de los Correa.
Allí se fue Jorge Iván Correa con su enamorada Iveth Cárdenas, cuando ella apenas si sabía lo que era salir cada noche a soportar las burlas de muchos y los aplausos de otros. Iveth tiene un dejo paisa gracias a su marido. Todas las noches sale a animar a los pocos colegiales que pagan 1.000 pesos por sentarse en las improvisadas tribunas de madera en las cuales, dice, caben 300 personas. Correa es payaso. Y sus cuatro hijos, que comienzan a aparecer tras unas tiendas hechas con plásticos en las que se ve un televisor encendido y unas cuantas camas, también participan en la función de cada noche.
Hay varios Jorge Ivanes. El menor ya camina sobre los cilindros. El mayor es fakir: juega con fuego y se para sobre vidrios y cuando se aburre de la vida gitana, de los 60.000 pesos semanales de sueldo –cuando hay buena temporada–, se va para las corralejas, su segunda afición. Otro más –de los Jorge Ivanes– es payaso. La hija intermedia, Karen, es contorsionista. Cada noche dobla piernas y brazos, y se disloca, como dice Iveth. Eliécer, su marido, un barranquillero, es quien se sube al trapecio puesto a una altura no mayor a cinco metros, para balancear su cuerpo sobre el suelo de arena. “La seguridad, dice, somos nosotros mismos, es lo único que tenemos”.
Viven en estas carpas en las que se cocinan al calor del mediodía 14 personas, dos gallos y un perro. Ya no cargan animales no domésticos, pues se los decomisa la Policía. Viajan durante todo el año. Alquilan un camión para cada trayecto. Permanecen unas tres semanas en cada lugar. Ruegan porque no llueva. Porque si se suelta el invierno, la gente no va. Como no ha ido a las funciones de Talaigua porque las elecciones son mejor plan que ir al circo. Y dan pan.
Pronto los Correa alzarán sus carpas, conseguirán un camión de estacas y se instalarán en el otro lado del río, en Santa Ana, un pueblo más próspero en donde el clima, por las elecciones, está enrarecido. Cruzarán una vez más el río e intentarán permanecer fieles a una tradición que nada tiene que ver con las luces y el maquillaje y las fieras salvajes: el circo Mundy es el mundo real en una carpa.
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