lunes, 18 de febrero de 2008

Berrugas: Siembra en el mar


Berrugas es un pueblo del oeste de Sucre. Ninguna casa está terminada. Hay pobreza en el aire.
El pueblo se fundó en la hacienda de los Balseiro, una familia dueña de una trilladora de arroz con la que Berrugas conoció alguna vez algo parecido a la abundancia. Había navegación hacia Cartagena, y empleo. Pero la fábrica se cerró, al parecer por la detención de uno de los herederos de los Balseiro, Sabas, que hoy, según dos testimonios anónimos, está preso en Bogotá.
Los pescadores comenzaron a talar el manglar para vender la madera al mejor postor. Por unos cuantos troncos de esta especie vegetal marina podían pagar, constructores y papeleras, hasta 12.000 pesos el atado. No era mal negocio. Aunque hoy, Luis Eduardo Julio y Honorio Guerra, pescadores que están en el programa de 25 familias reforestadoras de manglares, sepan que, en efecto, sí lo era. Y lo era porque en el manglar se reproducen especies como el pargo o el róbalo, que son, en definitiva, su sustento. Y porque al talar el manglar, el ecosistema entero sufre.
Julio es uno de los hombres al frente del proyecto en Berrugas. Su trabajo consiste en limpiar caños, hacer ramales y sembrar manglar para recuperar el área deforestada. La idea nació en 2002 de la mano de Funsabana y CarSucre, dos asociaciones que les prestaron asesoría los pescadores de la zona y que apoyan económicamente el proyecto. Aunque Julio admite que al comienzo hubo resistencia, pronto se vieron los beneficios y “la seriedad”, que no es nada diferente a que les garantizaran alguna paga por su trabajo.
Una chalupa en la orilla nos lleva a Los Morros, una playa a 30 minutos de Berrugas. Al bajar e internarse en la zona de manglar, se puede ver un pantano cenagoso en el que se alzan troncos secos junto a pequeñas plantas recién sembradas. Al fondo, se ven los manglares más viejos, los que no alcanzaron a ser talados. Sembrar esta planta en un pantano en el que las piernas se hunden enteras es una tarea ardua.
Cada seis meses unas 15 personas van hasta el vivero, ubicado a 500 metros de la zona, a reforestar. Son varias ciénagas repartidas en las inmediaciones del municipio. Van en lanchas, con palas y picas, desde las 5 de la mañana. Pasan seis horas entre el fango abriendo canales, haciendo surcos y plantando con sus manos aquello que en el pasado talaban sin pensar. Hasta hoy han reforestado unas 20 hectáreas de las 8.000 que fueron taladas en la zona. Julio y Guerra se acercan a su surco y lo exhiben con algo de orgullo secreto: no pueden creer que alguien haya venido a buscarlos hasta aquí para hablar de un proyecto que no es noticia de primer plano. Cuando intentamos saber cómo estaban las cosas por aquí, todos callan: prefieren hablar del manglar.

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