lunes, 18 de febrero de 2008

Las rutas en Google Earth

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Caribe

Llanos

EL LLANO

Las planicies orientales ocupan un lugar importante del territorio nacional. Allí en donde no existen las montañas y mucho antes de que empiece la selva, la llanura sigue siendo un lugar de misterio. Sin el terreno escarpado del centro y el occidente del país, y sin la espesura impenetrable de la selva, el llano tiene aún ese aura de frontera, de lugar desconocido y difícil a pesar de lo aparentemente manso de su paisaje. Tal mansedumbre sólo existe desde el aire, porque al tocar tierra, el llano se convierte en un lugar de inmensidad, de largos recorridos, de lluvias inclementes y ríos caudalosos que, en últimas, no hacen sino confirmar el porqué del carácter aguerrido de sus habitantes.

Es un lugar al que se llega fácilmente –sólo hay que bajar desde las montañas andinas–, pero en el cual, para quedarse, hace falta temple. Lo reconoció Bolívar al declarar a Pore como capital de la Nación durante un día, y lo supo José Eustasio Rivera quien, antes de mandar a los personajes de su Vorágine a que se los tragara la selva, decidió pasarlos por la brava antesala del llano.

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Maní: Recuerdos de guerreros


Los recuerdos se han ido borrando con el tiempo. Sin embargo, en el ancianato de Maní permanece intacta la memoria de Guadalupe Salcedo, aquel bandolero de los Llanos que lideró la guerrilla liberal que luchaba contra el gobierno de Laureano Gómez. Los abuelos se alegran con las visitas, pero nada los emociona más que hablar de su héroe. Sólo con oír su nombre uno de ellos se levanta de su hamaca con la rapidez que le permite su cuerpo y regresa de su cuarto con su tesoro: un libro con fotos del revolucionario. “Este es él... No, este de acá, que está al lado del sombrero”, corrige cuando alguien a su lado señala al personaje equivocado.
“Éramos amigos”, relata don Tano Guerrero, quien, como haciéndole honor a su apellido, luchó junto al subversivo. “Me dijo: ‘Tanito, usted es el espaldero de yo’, y me quedé con él tres años”. Difícil creer que este hombre de casi 90 años, que luce inofensivo con su voz baja, delgada y temblorosa por la edad y que usa diminutivos al hablar, se haya enfrentado con fusil a los chulavitas, como llamaban a sus enemigos conservadores. “Arriba había cuatro de esos: uno allá, otro aquí y los otros por allá. Estaban apuntando y yo me fui arrastrado como cachirre. Me habían dado un riflito de esos que se usan para la guerra y le di a uno... al cuidandero de los enemigos”, narra Guerrero.
En la plaza de Maní es casi imposible refrescarse con una piña fría en la plaza sin acompañarla con las historias de los lugareños sobre las hazañas de Salcedo. Porque su producto más típico es el recuerdo de ese ‘prócer’. Tanto es así que este lugar se pelea por ser el sitio de origen de tal ‘hijo ilustre’, aunque Dolly Salcedo, una de sus hijas, asegura que nació en Tame, Arauca. Sea de donde sea, en este pueblo no hay quién no conozca su historia, y no precisamente porque la enseñen en el colegio. “La aprendimos mientras mamábamos teta, porque mi mamá era de esas que se escondía en el monte”, cuenta Edgar Marín, quien tiene familiares en el ancianato.
Sin embargo, algunos protagonistas pueden contarla de viva voz aunque con dificultad. “¿Cómo era él, don Tano?”, le suelen preguntar las mujeres que lo cuidan. “¿Quién?... ah, el comandante ese...este...”... “¡Guadalupe Salcedo!”, grita uno de los compañeros del centro geriátrico, interrumpiendo el esfuerzo de Guerrero por recordar. Y como si fuera un grito de batalla, todos empiezan a pronunciar su nombre. “Era más bien bajito... me dijo ‘Tanito, usted es el espaldero de yo’. Y me quedé con él tres años”, repite una y otra vez, como declamando un discurso aprendido, con la mirada fija en el horizonte, la de quien cuando recuerda vuelve a vivir y se niega a olvidar un pasado glorioso, recostado solo, en su hamaca.
Ana Josefa Salcedo, prima hermana de Guadalupe, advierte que su memoria ya no es la misma, pero aún así afirma que “él era más bien alto”. “Yo hasta lo asistí en la comida, y era bueno conmigo”, dice. Cuenta que varias veces tuvo que “correr pa’l monte” cuando bombardeaban las casas,. “Estuve en la entrega de armas en Puerto Gaitán, pero luego mataron a Guadalupe a traición”. Y agrega con cierto aire de picardía: “Hasta a ‘Tirofijo’ le serví comía”. Y es que ella, como muchos de los viejos excombatientes, sostiene una versión que rechazan los historiadores. Asegura que el jefe de las Farc, en un principio, combatió al servicio de Salcedo. “Y ahora ese nos está jodiendo”.
En las afueras del pueblo se encuentra la humilde casa de un hombre conocido como el ‘Teniente Cariño’, toda una leyenda en la región. Con la piel oscurecida por el sol, ataviado sólo con una pantaloneta sujetada por una correa en la que carga su cuchillo, el cuerpo de Alfonso Guerrero no refleja los 86 años que tiene. Cuenta que “Guadalupe era muy bueno con el personal y muy valiente. Para echar plomo era parao. Nosotros empezamos con carabinitas, luego rifles y lo que le podíamos quitar al Ejército. Una vez, al otro lado del Meta, nos encontramos con cinco volquetadas cargadas con militares. Nosotros solo éramos 50 y no teníamos tantas armas. No sé cómo hicimos, pero ya al final sólo quedaba un carro, y un compañero le disparó al teniente. Cogimos a seis prisioneros que nos ayudaron a cargar todo ese armamento”.
Narra que uno de sus mayores orgullos es haber peleado limpiamente y el de “ser muy humano”, de ahí su cariñoso apodo: “Yo disparaba en combate y no sé si le daba a alguien, pero gracias a Dios ni a uno maté, por eso estoy contando este cuento tranquilo”. Aunque para algunos de los que lo conocen, Guerrero era un gran combatiente, y creen que esa versión la cuenta ahora que está dedicado a la religión, pues es evangélico. Cuando se le pregunta por la guerrilla actual y por ‘Tirofijo’, dice: “Lo de ahora es diferente. Nosotros queríamos defender a nuestras familias, porque Casanare, por ser liberal, era muy atacado. Algunos de los enemigos entraban a las casas y cogían a los bebés, los lanzaban al aire y los paraban con las bayonetas. Teníamos que hacer algo, pero nunca secuestramos”. Cuatro de los hermanos de Guerrero fueron asesinados “en venganza contra mí por pelear junto a Guadalupe”, dice.
Aunque el tiempo se ha encargado de que cada vez sea más difícil escuchar estos relatos la memoria de Guadalupe Salcedo permanece viva en cada corrido llanero que canta estas gestas: “Este corrido es de fama, se llama golpe tirano y al que lo quiera apreciar se lo obsequio con la mano. Que un día 14 de junio, ya para mitad del año, atronando el firmamento volaban cinco aeroplanos. Amenazas del terror, represalias de Laureano... han lanzado 12 bombas, no hicieron mayor estrago. Mataron 15 gallinas, tres perros y dos marranos, hirieron la mula en silla propiedad de don Sagrario, hija de la primera yegua con que fundaron el Llano. Las bombas y las metrallas no son enemigos malos. Son cohetes de una fiesta que vivimos celebrando. Cada que cae una bomba damos un muera al tirano, porque nunca sintió miedo el que no debe pecado. Él nos trata de bandoleros, el peor de los agravios, y así trataba Pilatos al Cristo crucificado”.

Aporo: Lo que las vias se llevaron


Hace 54 años tras la firma de los acuerdos de paz que pusieron fin a la guerra bipartidista, el gobierno del general Rojas Pinilla construyó dos aeropuertos en Trinidad y San Luis de Palenque para conectar el Llano con el centro del país. Muchos recuerdan cuando iban al aeropuerto de Trinidad y compraban el periódico de la mañana y las verduras de Boyacá, “aún con el frío en las hojas” que llegaban en aviones de Taboy (Transporte Aéreo de Boyacá), Ransa y Avianca. “En media hora estábamos en Yopal y en una hora, en Villavicencio”, recuerda Romualdo Figueroa, un habitante de Trinidad.
Desde principios de los años 80, con la llegada de la carretera que comunicó el norte y el sur del Casanare, la gente comenzó a preferir el bus al avión, a pesar de que la ruta era algo más que una trocha. Pero con la vía las cosas no mejoraron. Las mercancías se demoraban días en llegar y el periódico no volvió. El viaje, que por vía aérea no tardaba más de 30 minutos desde Villavicencio o Yopal, se convirtió en una travesía de seis o siete horas en bus. “Antes la vida era más ágil”, recuerda Figueroa.
Igual piensa Cristóbal Corredor, quien a sus 80 años aún luce orgulloso la blusa oficial del aeropuerto de esa población. Allí trabajó más de 30 años ayudando a descargar y a cargar los aviones, que llegaban con “extranjeros” que vendían mercancía y compraban ganado.
A pesar de que las administraciones municipales y departamentales han invertido millones de pesos en la carretera, sólo algunos tramos conservan el asfalto necesario para que los automóviles puedan transitar normalmente.
Otros habitantes, en especial los más jóvenes, dicen que lo mejor es arreglar la carretera porque los costos del transporte en avión son muy altos, pues al no existir rutas comerciales hay que contratar un avión privado y el viaje supera los 500.000 pesos. “La vida se volvería más cara de lo que ya está”, asegura Marco Ocampo, un habitante de San Luis quien, al igual que algunos de sus vecinos de Trinidad, espera que por fin tengan una carretera bien pavimentada para volver a tener las verduras frescas en la mañana.
Mientras tanto, las pistas continúan llenándose de maleza. Sólo la torre de control del aeropuerto de Trinidad permanece erguida como recuerdo de otros tiempos.

Santa Rosalía: Hinchas a la fuerza


En Santa Rosalía, un remoto municipio de Vichada que no tiene equipo de fútbol ni estadio, que no ha sido semillero de ilustres varones del balompié y donde es más fácil ver un campeonato de coleo que un cotejo de 11 contra 11, sus habitantes –como si fueran furibundos hinchas– visten cada día la camiseta de Millonarios.
No son miembros de las barras bravas. No le están rindiendo un homenaje al equipo de 13 estrellas. Algunos ni siquiera reconocen a sus jugadores –“¿Ciciliano? ¿Quién es ese?”–. Y por televisión es difícil seguir las andanzas del cuadro azul porque en esta población de 3.000 habitantes la energía funciona por ráfagas: en la mañana, durante algunas horas, y un rato en la tarde después de las 5. Así que no vieron el gol que marcó Luis Zapata contra Sao Paulo en Brasil (hace casi un mes) ni verán los partidos de los domingos.
Sin embargo, llevan muy bien puesta la camiseta azul. La usan para ir al estadero, para montar a caballo, hacer diligencias en la bicicleta, limpiarse el sudor… Es normal ver a los pobladores con este atuendo, como si se tratara de su pinta diaria. Y el pueblo, en plena actividad, luce como un gran campo de fútbol; un trámite legal se convierte en una gambeta, ir a la tienda es un córner, visitar a la novia en horas poco santas es un fuera de lugar y cualquier hurto es un penalti. Y a veces, en las noches, se anotan goles.
Pero fue el agua la que trajo el azul y el aire del balompié al pueblo. Con una gran inundación ocurrida en junio de este año –la peor en 20 años– llegaron los uniformes a Santa Rosalía. El 96 por ciento de Pueblo Viejo, la parte baja del municipio, quedó cubierto de agua. “Hubo graves pérdidas materiales, los pisos se destruyeron, fue muy grande la mortandad de animales y el río se llevó las pertenencias de muchos. La gente navegaba en embarcaciones por las calles del pueblo”, cuenta el alcalde del municipio, Tito Roberto Guarín, mientras señala en la pared de su oficina una especie de marca, a unos 30 centímetros del piso, que evidencia el nivel hasta el que llegó la inundación.
Y, entonces, por cuenta de la Cruz Roja, que entregó un paquete de camisetas de fútbol a los damnificados por la furia del río, arribaron las azules (y algunas verdes) al pueblo. Se entregaron 500 camisetas de Millos, 15 del Nacional “y una del América para mí. A caballo regalado no se le mira el diente”, bromea el alcalde antes de salir en su vehículo oficial, una moto en la que se monta su fiel guardaespaldas, un french poodle que ya está amarillo de tanto polvo.
Tantas camisetas del equipo embajador causaron cierto desconcierto entre quienes eran simpatizantes de otras escuadras. “Yo soy hincha del Nacional y creo que la mayoría lo era”, dice un habitante, mostrando con orgullo su camiseta de rayas verdes. “Pero con la inundación parece que todos se volvieron de Millos”. Para estos hinchas a la fuerza del ‘ballet azul’, su jugador favorito es Gerardo Bedoya, o por lo menos es al que más reconocen, porque no nombran a nadie más. Quienes más disfrutan de esta súbita fiebre azul son los policías que custodian el pueblo y que vinieron de Bogotá, y aunque están alejados de su casa, pueden sentirse todos los días como en un domingo en el estadio El Campín con tanta gente vestida con la camiseta de su equipo. Por eso están dispuestos a hacerlos unos verdaderos hinchas; después de todo, ya dieron el primer paso. Otros, por su parte, se preguntan: “Oiga, si hay otra inundación ¿no será que mandan camisetas de la Selección?”.

Orocué: Conectados


Sin duda los visitantes que quieran vivir un choque cultural, atraídos por la imagen romántica de indígenas de taparrabo que celebran rituales místicos, se chocarán, pero con su propia visión anacrónica. Aquí, en el resguardo indígena El Duya, como en la mayoría de los ocho resguardos de Piñalito, Orocué, sus habitantes visten camisas de rayas, tenis y yines. Quien piense que estos indígenas aún sienten que la cámara “les roba el alma”, se encontrarán con que ni siquiera es necesario seguir un protocolo para tomarles fotografías. Aunque no falta el que insinúe que posará a cambio de una cerveza. En las paredes de sus casas de cemento hay afiches de sus candidatos a los cargos gubernamentales.Fuman cigarrillos Mustang, bailan vallenatos y siguen en sus televisores Día a día y Padres e hijos. “Mi programa favorito es los ‘Power Rangers’”, dice uno de los más pequeños de la comunidad con perfecta pronunciación. Aún no ha aprendido a hablar la lengua de su etnia, la sáliba. El Direct TV que instalaron recientemente y el DVD les dan nuevas opciones para entretenerse.
“Nuestra gente se ha civilizado gracias a toda la información que hay y a Internet”, asegura el gobernador de esta comunidad, Juan José Pumené. Con “civilizado” se refiere a los 15 computadores de banda ancha que les da gratuitamente la multinacional Comsat, y que está disponible durante varias horas al día. Sólo es cuestión de ir al aula virtual en la cómoda sala que hasta tiene aire acondicionado. Dos ‘lujos’ que no son fáciles de encontrar en Orocué, donde quien quiera consultar alguna página web, tiene que esperar su turno en una caseta que cobra por el servicio. Además, la idea es que en el resguardo empiece a funcionar la primera universidad del municipio, que será virtual. Pumené es enfático al advertir que se trata de acceder al “progreso” y adaptarse a los tiempos modernos, sin que eso signifique perder su identidad.
Y es que esa es la crítica que le hacen a la etnia algunos habitantes de la región que consideran que los indígenas están mejor que el resto del pueblo. “Viven de ser indígenas y están acostumbrados a que todo se los den molido por las regalías. Ya casi ni bailan su danza tradicional, la del botuto, como lo hacían habitualmente”, se queja doña Ubaldina Espinosa. Gustavo Pónare, mitad sáliba y mitad piapoco, profesor de una escuela indígena, cuenta que su lengua materna es el piapoco porque nadie le enseñó la sáliba, “y ya son pocos los que la hablan”. Pese a que las nuevas generaciones no conocen el dialecto, en la escuela de El Duya hay profesores bilingües que lo enseñan a los niños, en un esfuerzo por recuperar sus raíces. “A nadie niego mi origen, ese es mi orgullo, pero no comparto la visión de las comunidades indígenas que se rehúsan a tener algo que los pueda favorecer”, concluye el gobernador Pumené.
Los pobladores del resguardo afirman que habitan el territorio de sus ancestros, y que este, que tiene 25 años de existencia, que empezó con 15 familias y que ahora tiene 100, es una manera de preservar la propiedad sobre la tierra y trabajarla de una manera colectiva, como indica su tradición. Por eso poseen una finca y un ganado comunitarios. Tienen sus leyes internas como castigar públicamente a quien cometa una falta. “Seguimos madrugando a hacer casabe y mañoco y hacemos el baile del botuto el 2 de febrero, día de Nuestra Señora de la Candelaria, pues nuestros padres le tenían una gran devoción”, sostiene el gobernador, quien reconoce que no practican tantos ritos espirituales porque aquí, más que nada, “somos cristianos”.

El Porvenir


A los habitantes de El Porvenir,no les queda más remedio que burlarse de su situación. “Sí, este pueblo verdaderamente le hace honor a su nombre... el agua está por venir, la luz está por venir, el alcantarillado está por venir y los médicos también están por venir”, comenta una vecina del lugar.
En este caserío de Puerto Gaitán, a orillas del río Meta y a unas cinco horas de Villavicencio, la esperanza de un futuro mejor hace mucho se esfumó. Quizá se fue con las personas que, hartas de sufrir las amenazas de los grupos al margen de la ley, decidieron buscar un pueblo que, aunque con otro nombre, cumpliera las promesas del que tiene el suyo. “Aquí éramos mucha gente, como 300 personas, y hoy quedamos como 70”, cuenta con pesar uno de los valientes que decidieron quedarse. Las pocas paredes que quedan en pie de lo que fue un próspero negocio son la puerta de entrada al poblado, una muestra de lo que está por venir camino arriba. “Era el estadero de don Hernando Díaz, se llamaba El Navegante, pero lo dejó cuando tuvo que irse. También se fue doña Ana Teotiste Sedano, que perdió todo cuando dejó el almacén Santander. Y doña Josefa Chavizai, quien abandonó sus animales. Y allá en la entrada funcionaba la isla Johnson, que llamábamos así porque vendía motores Johnson y gasolina a los ferry, pero de eso sólo quedan ruinas”, relata otra habitante que tampoco quiso decir su nombre, porque en El Porvenir “es mejor callarse la boca”.
Cuentan que anteriormente este poblado era una inspección de Policía en la que había inspector pero, para entonces, la Policía estaba por venir. Por eso recuerdan 1987 como un año negro por causa de la violencia, en el que muchos huyeron y lo que hasta entonces había sido un embarcadero con mucho movimiento pasó a ser un sitio desolado. Hace cerca de un año llegó por primera vez la Policía, la única promesa cumplida de tantas que en las últimas décadas han escuchado.
“Aquí no hay luz, no hay alumbrado público y en las noches esto parece la boca del lobo. La planta eléctrica se pone día de por medio durante tres horas, porque El Porvenir depende del presupuesto de Puerto Gaitán, y a fin de mes, la situación es crítica”, dice el patrullero Javier Martínez. Tampoco hay agua, pues la motobomba sólo funciona cuando hay luz. A esto se suma la falta de un alcantarillado adecuado, porque las aguas negras se desbordan “y tenemos que caminar entre nuestra propia miseria”, dice un vecino indignado. Está por venir el suero antiofídico, tan necesario por la abundancia de serpientes coral y cuatronarices. También está por venir la telefonía, pues hace mucho que el establecimiento de Telecom dejó de operar. Lo mismo sucede con el profesorado. El alcalde de Puerto Gaitán, Jaime Ballesteros, quiere que los habitantes de El Porvenir continúen teniendo paciencia, porque buenas cosas están por venir: Mientras el milagro ocurre, la gente sigue resignada haciendo el mismo chiste, para que el tedio del desolado lugar no los consuma, de que en El Porvenir todo está por venir.