lunes, 18 de febrero de 2008

Maní: Recuerdos de guerreros


Los recuerdos se han ido borrando con el tiempo. Sin embargo, en el ancianato de Maní permanece intacta la memoria de Guadalupe Salcedo, aquel bandolero de los Llanos que lideró la guerrilla liberal que luchaba contra el gobierno de Laureano Gómez. Los abuelos se alegran con las visitas, pero nada los emociona más que hablar de su héroe. Sólo con oír su nombre uno de ellos se levanta de su hamaca con la rapidez que le permite su cuerpo y regresa de su cuarto con su tesoro: un libro con fotos del revolucionario. “Este es él... No, este de acá, que está al lado del sombrero”, corrige cuando alguien a su lado señala al personaje equivocado.
“Éramos amigos”, relata don Tano Guerrero, quien, como haciéndole honor a su apellido, luchó junto al subversivo. “Me dijo: ‘Tanito, usted es el espaldero de yo’, y me quedé con él tres años”. Difícil creer que este hombre de casi 90 años, que luce inofensivo con su voz baja, delgada y temblorosa por la edad y que usa diminutivos al hablar, se haya enfrentado con fusil a los chulavitas, como llamaban a sus enemigos conservadores. “Arriba había cuatro de esos: uno allá, otro aquí y los otros por allá. Estaban apuntando y yo me fui arrastrado como cachirre. Me habían dado un riflito de esos que se usan para la guerra y le di a uno... al cuidandero de los enemigos”, narra Guerrero.
En la plaza de Maní es casi imposible refrescarse con una piña fría en la plaza sin acompañarla con las historias de los lugareños sobre las hazañas de Salcedo. Porque su producto más típico es el recuerdo de ese ‘prócer’. Tanto es así que este lugar se pelea por ser el sitio de origen de tal ‘hijo ilustre’, aunque Dolly Salcedo, una de sus hijas, asegura que nació en Tame, Arauca. Sea de donde sea, en este pueblo no hay quién no conozca su historia, y no precisamente porque la enseñen en el colegio. “La aprendimos mientras mamábamos teta, porque mi mamá era de esas que se escondía en el monte”, cuenta Edgar Marín, quien tiene familiares en el ancianato.
Sin embargo, algunos protagonistas pueden contarla de viva voz aunque con dificultad. “¿Cómo era él, don Tano?”, le suelen preguntar las mujeres que lo cuidan. “¿Quién?... ah, el comandante ese...este...”... “¡Guadalupe Salcedo!”, grita uno de los compañeros del centro geriátrico, interrumpiendo el esfuerzo de Guerrero por recordar. Y como si fuera un grito de batalla, todos empiezan a pronunciar su nombre. “Era más bien bajito... me dijo ‘Tanito, usted es el espaldero de yo’. Y me quedé con él tres años”, repite una y otra vez, como declamando un discurso aprendido, con la mirada fija en el horizonte, la de quien cuando recuerda vuelve a vivir y se niega a olvidar un pasado glorioso, recostado solo, en su hamaca.
Ana Josefa Salcedo, prima hermana de Guadalupe, advierte que su memoria ya no es la misma, pero aún así afirma que “él era más bien alto”. “Yo hasta lo asistí en la comida, y era bueno conmigo”, dice. Cuenta que varias veces tuvo que “correr pa’l monte” cuando bombardeaban las casas,. “Estuve en la entrega de armas en Puerto Gaitán, pero luego mataron a Guadalupe a traición”. Y agrega con cierto aire de picardía: “Hasta a ‘Tirofijo’ le serví comía”. Y es que ella, como muchos de los viejos excombatientes, sostiene una versión que rechazan los historiadores. Asegura que el jefe de las Farc, en un principio, combatió al servicio de Salcedo. “Y ahora ese nos está jodiendo”.
En las afueras del pueblo se encuentra la humilde casa de un hombre conocido como el ‘Teniente Cariño’, toda una leyenda en la región. Con la piel oscurecida por el sol, ataviado sólo con una pantaloneta sujetada por una correa en la que carga su cuchillo, el cuerpo de Alfonso Guerrero no refleja los 86 años que tiene. Cuenta que “Guadalupe era muy bueno con el personal y muy valiente. Para echar plomo era parao. Nosotros empezamos con carabinitas, luego rifles y lo que le podíamos quitar al Ejército. Una vez, al otro lado del Meta, nos encontramos con cinco volquetadas cargadas con militares. Nosotros solo éramos 50 y no teníamos tantas armas. No sé cómo hicimos, pero ya al final sólo quedaba un carro, y un compañero le disparó al teniente. Cogimos a seis prisioneros que nos ayudaron a cargar todo ese armamento”.
Narra que uno de sus mayores orgullos es haber peleado limpiamente y el de “ser muy humano”, de ahí su cariñoso apodo: “Yo disparaba en combate y no sé si le daba a alguien, pero gracias a Dios ni a uno maté, por eso estoy contando este cuento tranquilo”. Aunque para algunos de los que lo conocen, Guerrero era un gran combatiente, y creen que esa versión la cuenta ahora que está dedicado a la religión, pues es evangélico. Cuando se le pregunta por la guerrilla actual y por ‘Tirofijo’, dice: “Lo de ahora es diferente. Nosotros queríamos defender a nuestras familias, porque Casanare, por ser liberal, era muy atacado. Algunos de los enemigos entraban a las casas y cogían a los bebés, los lanzaban al aire y los paraban con las bayonetas. Teníamos que hacer algo, pero nunca secuestramos”. Cuatro de los hermanos de Guerrero fueron asesinados “en venganza contra mí por pelear junto a Guadalupe”, dice.
Aunque el tiempo se ha encargado de que cada vez sea más difícil escuchar estos relatos la memoria de Guadalupe Salcedo permanece viva en cada corrido llanero que canta estas gestas: “Este corrido es de fama, se llama golpe tirano y al que lo quiera apreciar se lo obsequio con la mano. Que un día 14 de junio, ya para mitad del año, atronando el firmamento volaban cinco aeroplanos. Amenazas del terror, represalias de Laureano... han lanzado 12 bombas, no hicieron mayor estrago. Mataron 15 gallinas, tres perros y dos marranos, hirieron la mula en silla propiedad de don Sagrario, hija de la primera yegua con que fundaron el Llano. Las bombas y las metrallas no son enemigos malos. Son cohetes de una fiesta que vivimos celebrando. Cada que cae una bomba damos un muera al tirano, porque nunca sintió miedo el que no debe pecado. Él nos trata de bandoleros, el peor de los agravios, y así trataba Pilatos al Cristo crucificado”.

1 comentario:

Alejandro dijo...

Yo quisiera poder contar un lugar de Colombia sin tener que hablar de barbarie, de bombas de victimas.
No es posible, por donde lo mire existe bala.